Sobre el Abuelo.





Hace unos días, en la terraza de mi chica, salí a respirar aire fresco. Aire que acompaña al atardecer y los brillos naranjas que preceden a los tonos azules oscuros del manto nocturno.

En los últimos minutos del día, no pude sino recordar la terraza de la casa de mis abuelos paternos. Hacía mucho que no pensaba en ellos, o en mi abuelo. Tomé aire en un gran suspiro y me dejé llevar por un momento al interior de esa casa, en su segundo piso, en aquella terraza llena de plantas que mi abuela solía comprar, pero quien las mantenía con vida era mi abuelo.

La historia de mis abuelos se ha tergiversado a través de los años. Unos dicen que se conocieron en el centro de la ciudad, otros dicen que fue en un baile. Pero es mi Padre quién me contó la historia que más me ha gustado.

Él, mi papá, casi nunca habla de mi abuelo, pero cuando lo hace, habla con el máximo respeto que pudiera hacer un hijo en memoria de su progenitor. Un día, a los pocos meses de la muerte de mi abuelo, le pregunté a Papá como se habían conocido mi abuela y mi abuelo. Mi papá sonrió y dijo: "Mi papá viajaba en moto a todos lados, y un día, pasando por la ciudad, se topó con la mujer con la que tendría 7 hijos, y así, sin más, se la" robo"."

Según mis cálculos, todo aquello debió pasar a finales de los 50s. Claro está que las historias románticas que nos han vendido desde que se inventó la televisión, o mejor aún, los libros de romance nunca van a contar todos los altibajos que puede ofrecer un matrimonio y este no fue la excepción.

Mi abuelo era bromista, risueño, cínico, sarcástico. De cara dura y mandíbula poderosa, ceja poblada, así como el bigote y barba, dignos del estereotipo mexicano. Era alto y fuerte, le hacía honor a su apellido, la gente le mostraba respeto y admiración, era una persona que se ganaba la confianza y amistad de las personas en segundos. La pasión de mi abuelo era la carretera. Era trailero, así que su vida fue un viaje entre estados, volando sobre el pavimento. Escrutando la distancia entre los diferentes tonos de color que este mundo nos puede mostrar.

Otra pasión que tenía era la bebida.
Tequila, whisky, cerveza, un poco de todo. O un mucho de solo algunos. Esta pasión, con el paso de los años, lo llevó a la cama, y lejos de un encuentro romántico fue más bien un vals largo con doña Muerte.

Con todos sus achaques, él nunca dejó de bromear, al menos conmigo y mi hermano. Siempre platicábamos, aunque fuera poco. En el ocaso de su vida, él se recluyó (o lo recluyeron) en el segundo piso. Cerca de sus plantas y la terraza. Nosotros lo visitábamos cada semana, y cada semana me sentaba con él, en la terraza, viendo a la nada y a todo.

Mi abuelo fumaba Delicados y tomaba de su caguama. Mi abuelo reía sin que yo le dijera nada, supongo que recordaba algo que yo no sabía o entendía. Mi abuelo se levantaba de su lugar, buscaba una manguera y regaba sus plantas. Tenía una risa estruendosa que se escuchaba por toda la casa y que terminaba por contagiar al más serio, su voz era rasposa y potente, años de alcohol y cigarros delicados, supongo. Mi abuelo tenía un modo muy particular de amar, o te gritaba en regaños o solo se quedaba callado aceptando tu compañía por largos ratos, aunque no tuviéramos nada que decirnos.

Creo que es extraño como los recuerdos te inundan la mente, llegan en grandes oleadas después de un ligero empujón. El detonante fue ver el amanecer en una terraza, días después, hablando en familia, mi hermano me dijo:"¿Te acuerdas cuando te ibas al segundo piso con el abuelo, nomás a estar con él? Todos los primos jugando y tu allá arriba, platicando"

Mi abuelo murió después de unos días en agonía. Murió rodeado de sus hijos y nietos, si no juntos, al menos si en sesiones de visitas. Al final, él solo quiso despedirse de una sola persona, mi abuela. Se fue por la madrugada y dimos gracias por su descanso. Su funeral fue como su vida, una fiesta silenciosa que mezclaba anécdotas y bromas, viajes y amigos, pero, sobre todo, la familia.

Hoy es un día nublado y fresco, y creo que, con ese cambio en el clima, es normal que venga también un poco de melancolía aunado a las ganas de escribir un tanto.

Espero honrarte con estas palabras, Abuelo. Donde quiera que estés, cuando nos encontremos, prometo hacerte todas las preguntas que no hice en su tiempo y reír a destajo.

Hasta entonces.


J. A. Robles
Julio, 2020

Comentarios

  1. Hermoso texto, recuerdo, anécdota. A mi abuela también se la robaron.

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