Espadas y Lanzas








––¡Espadas y lanzas!

Lancé mi grito de batalla, mientras mis soldados corrían detrás de mí, todos armados, todos mortíferos. La batalla comenzaría tan solo pisar la tierra. Sangre, sudor, llanto.  Éramos unos pocos, contra cientos de miles. Pocos, pero los mejores. Nacimos para la guerra, nos criamos para la guerra. Escudos, espadas y lanzas, eran parte de nuestros cuerpos, de nuestra alma, eran nosotros en madera y metal.

El enemigo osó invadir nuestras tierras, nuestros campos, nuestras familias. Ogros, Orcos; Monstruos de dos y tres metros, que llevaban a cuesta la mascara de la muerte, las costras de pieles cicatrizadas, los cráneos de sus enemigos como trofeos, y su furia.

                ––¡Quiero ríos de sangre, quiero cuerpos y carne, quiero sus vidas!

Escuchamos ese canto de guerra por todo el campo de batalla. Pero no teníamos miedo, el miedo no nos corrompería. Cerramos su camino entre las pequeñas montañas cuadradas, entre los viejos tubos de acero que aun reinaban las cumbres.

Esperamos.

No era difícil saber donde estaban, su olor fétido, sus roncos sonidos, sus chillidos metálicos. Ahí, escondidos entre las viejas rocas, pude ver la valentía de mis hombres, preparando espadas, sujetando lanzas, tan pocos de nosotros y tantos de ellos.

Sentía lastima por aquellos monstruos.

 Sentía gozo por nuestra próxima victoria.

Esperábamos la señal para empezar el ataque… entonces, llegó, como si la hubiera traído con el pensamiento, los tambores, la música, la guerra. Suspiré… suspiramos, todos al unísono, como un solo ser viviente, entonces se escuchó mi grito “Espadas y Lanzas” Y salimos de nuestro escondite, a pelear, a morir, a renacer en la cruenta batalla en contra de esos invasores deformes.

¡A las puertas del infierno, marchamos!

Corrimos y nos vi como lo que éramos en realidad. Héroes. Libertadores. Hombres. Levanté mi espada en alto, mi escudo a la izquierda, lo justo para protegerme el costado, arrancamos; los monstruos nos vieron y la batalla comenzó. Eran muchos, con sus pequeños esclavos dispuestos a darlo todo por unos amos crueles y tiranos. Eran hábiles y destructores, eran conquistadores, mis hermanos comenzaron a caer, uno a uno.

Sudor, sangre, lágrimas, gritos ahogados, maldiciones lastimeras. Aquellos colosos demenciales estaban arrasando con mis hombres. Paré un momento, viendo todo el escenario, el caos, el dolor, la muerte que reclamaba lo suyo en esa tarde. Grité, tan fuerte como mis pulmones adoloridos me lo permitieron, luego, grité aun más. Era el fin de todo, era…

––A ver, señores, háganse a un lado, dejen pasar… La ambulancia viene en camino. ¡Torres, Torres!, saca a ese loco del palo de aquí.  No, no, no, es un caos vial, un camión de pasajeros choco con otro camión y cuatro unidades privadas, necesitamos al menos tres ambulancias y apoyo vial… si, si señor entiendo.  ¡Torres, puta madre! ¡Saca a ese loco del palo de aquí ¡

Al infierno habríamos de llegar, al infierno, marchamos.




J. A. Robles
Abril 2020

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