El Cruce





Encendió un cigarrillo justo después de subir las ventanas de su vieja camioneta Ford. Apagó el arranque, se quitó el cinturón de seguridad y se recostó en el asiento. Le dio un par de caladas al cigarro, dejando escapar el humo y ver las ondas subir por la cabina. “Divino” pensó. 

La noche era apacible, reinaba la calma, justo antes de subir las ventanas, él había escuchado claramente el canto de los grillos, aquella extraña sinfonía nocturna. Además de eso, nada más se escuchaba. La carretera tenía un aspecto formidable. Daba nostalgia verla así, abandonada, desierta y dormida.

Él suspiró, volvió a darle una calada al cigarro y puso ambas manos al volante, trató de girarlo, atascarlo antes de que otra cosa sucediera.   “Bien” pensó, “así estará bien” se terminó el cigarrillo, tomó otro de la cajetilla y lo encendió, se acercó al volante con el fin de asomarse, a través del parabrisas, para ver lo que le concernía al momento. Pudo verlo y sonrió. Bien, todo irá bien, seguía repitiéndose. 

Volvió a recostarse en el asiento, recordó entonces los últimos penosos sucesos en su vida. Había gastado todos sus ahorros en el negocio que estaba emprendiendo, ese negocio que le costó más de cinco años sacar a flote, y que ahora, por una farsa de la vida, perdió en tan solo tres días. Su mejor amigo, y padrino de su hijo, hizo un desfalco a nombre de su empresa, robándolo no solo a él, sino a tres de los clientes con mayor influencia, por no decir que a nivel gubernamental. El escandalo fue enorme, la pérdida de dinero entre abogados, fianzas y un poco de restauración lo llevaron a la ruina.
El banco, como un verdugo de la nueva era, terminó el trabajo. Cortando de tajo las pocas esperanzas que tenia para recuperarse de tan duro golpe.

“Se acabó” susurraba “Al menos dejaré algo para la familia”.

El plan era bastante sencillo, subiría a su camioneta, como cualquier otro día después del trabajo, conduciría a casa, pero tomaría una pequeña desviación a causa de una reparación en la avenida principal, lo cual era cierto, conduciría por 10 minutos hasta el cruce de la calzada Juárez y la vieja carretera a San Pedro, ahí, dejaría la camioneta unos instantes, esperando que llegara la luz salvadora, la que tenia una cita diaria a las 11:45 de la noche. Así todo estaría concertado, sin fallas y con un seguro familiar en caso de accidente, su esposa e hijo estarían cubiertos.

El sonido particular de las barras transversales de seguridad que están sobre las vías del tren lo sacaron de su sopor, el clink clank de las luces parpadeando iluminaron la cabina, las campanas de alerta que ordenaban a los automovilistas a circular o moverse fuera de los rieles retumbaron en la soledad de la oscura noche.

Él sonrió, tomó un último cigarrillo de la ajetreada cajetilla, fumó observando el techo de la cabina y soltando así mismo el humo. Bajó la ventanilla del lado del conductor sacando un brazo como lo hacen tantos conductores despreocupados y vio fijamente como se aproximaba aquel viejo tren.
-          Bien – dijo – nunca he estado en un accidente automovilístico.

Cerró los ojos, y ni siquiera dijo una oración. A fin de cuentas, ¿Qué importaba? 

De pronto una luz estalló frente de la vieja Ford, deslumbrándolo todo. Él entrecerró los ojos, y apareció una silueta entre el destello, se trataba de un hombre que caminaba directamente hacía él, lo cual no era bueno, pues si había testigos jamás podría verse como accidente y su familia no podría cobrar el seguro.

El tren estaba cada vez más cerca, la luz de éste y el sonido de su advertencia, que bien podría parecer una de las siete trompetas del apocalipsis, avisaban su llegada. Entre tanto el hombre se posó frente a la puerta del lado del conductor, arrancándola como si de una puerta de papel se tratara. Sacó al conductor como si fuera una simple hoja de papel y lo arrastró lejos del lugar del impacto.

-                 - No, no, ¿Qué haces? – gritaba furioso el conductor

El hombre, apenas con la intención de responder, fue interrumpido por el impacto del tren con la vieja camioneta Ford. El conductor no daba crédito al ver como su única esperanza se desvanecía junto con las vías. Volteo a ver a su “Salvador” con un odio profundo en su rostro.

-                -  ¿Qué hiciste, idiota? ¿Cómo te atreves a…

Su pregunta quedó suspendida en el aire al ver con más claridad a su salvador. Frente a él se encontraba una versión de sí mismo, pero un poco más vieja, con canas en las sienes, ojeras bajo los ojos y unas marcas de expresión en las comisuras de los labios, además de portar un extraño traje rojo con gris, que cargaba unas cuantas luces. Por un momento el conductor quedó desconcertado, preguntándose mil y un cosas a la vez, sin saber siquiera por donde empezar. 

-                  -   ¿Qué… de que se trata…
-                  -    Papá, no hay tiempo, debes venir conmigo e impedirlo…
-                  -  ¿Papá? – preguntó el conductor

Su salvador lo tomó del brazo, al mismo tiempo que activaba un tubo-portal que expedía una intensa luz, justo como el primero que apareció frente a la camioneta.

Desconcertado el conductor apenas si asintió cuando el que decía ser su hijo lo llevo a cruzar el portal, desapareciendo juntos en la quieta y solitaria noche. Mientras a lo lejos el tren de las 11:45 desaparecía, llevándose una vieja camioneta, entre chispas y chirridos.

El futuro era incierto…




J.A. Robles
30 abr 2019

Comentarios

Entradas populares de este blog

Abajo, tan arriba.

El Cofre

Todo se ve hacia dentro