Dentro de la cueva
El timbre
del teléfono la despertó súbitamente, sentía la cabeza tres veces más grande de
lo normal, sabía que no debía haber comido tanto la noche anterior. Era lo
único negativo sobre la cena cargada.
El sonido
del celular la estaba volviendo loca. Se levantó de su cama, incluso con las
temperaturas tan bajas a esa hora de la mañana, salió descalza y vistiendo
solamente un top ligero y sus calzoncillos. Sus largas piernas recibían con
alegría la poca luz que entraba a sus aposentos. Se alisó el cabello peinándose
hacia atrás, descubriendo unos preciosos y felinos ojos. Caminó con un paso
sensual hacia el origen del sonido, rebusco a tientas entre la ropa tirada en
el suelo.
"¿En
dónde está ese condenado mugrero?" Pensó
Entonces,
con la cabeza un poco más despejada recordó, con un tanto de alegría, que ella
no usaba un teléfono celular. Río por lo bajó y regresó sobre sus pasos.
Sí. Se había
olvidado de la cena.
Entró en
las profundidades de aquella caverna en la que vivía, esta vez sin tropezar,
conociendo el camino que la llevaba hasta el sonido irritante de aquel trasto
tecnológico.
- Aquí
estas -
Dijo
mientras se agachaba y metía la mano entre montones de ropas desgarradas y
manchadas, sus manos se tornaron carmesí y entre el sonido del celular y la
viscosidad del líquido pegado a él, logró sacar el pequeño aparato plano.
Encendió
la pantalla y apareció un hombre de mediana edad, juntó a una mujer de cabello
oscuro, ambos sonriendo a la cámara y ella mostrando, en un primer plano, una
sortija con un enorme diamante.
"La
cena" pensó "La cena de anoche estaba comprometida"
Con una
media luna como sonrisa en el rostro, lanzó el celular al rincón de aquella
cueva improvisada. Con la poca luz que el aparato lanzaba pudo ver los restos
de no una, sino varias personas, la mayoría varones, acumulándose, como una
decoración macabra para el día de muertos.
El dueño
de aquel dichoso trasto que la despertó estaba al frente. La última adquisición
de una noche de juerga. Aún tenía en su rostro la mirada de la desesperación y
el miedo.
Ella se
levantó y decidió regresar a su cama de roca y pieles, en lo que su cabeza
dejaba de doler y el hambre regresaba.
"No
debí cenar tanto" piensa mientras se acuesta y regresa las pieles sobre su
cuerpo.
"Siempre
me da cruda cuando como así"
Se cubrió
por encima de la cabeza y al tronar de sus dedos, tranquilamente, volvió a
dormir.
Jorge
Robles
Noviembre
2018
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