Intergalactic Dominion / O lo que es lo mismo, de vuelta al mundo Blogger


                      - Deberías hacer un blog-

Me dije a mi mismo una noche de este recién pasado diciembre, la temperatura estaba en los 5° y estaba tapado hasta la barbilla mientras leía a Mark Manson y su fabuloso libro "The Subtle Art of Not giving a f*ck" cerré el libro, fije mi vista en un punto perdido entre la cortina y la pared al final de la habitación y, así como yo mismo me ordené, me pregunté "¿Cómo para que?" "No lo sé, idiota, como para deshacerte de mucha de la mierda que recibes a diario, ¿tal vez?"  Me pareció un punto válido ese argumento, además ¿que más daría? Ya contaba con otros blogs, la mayoría de arte y comics, pero siendo sincero ya no me apetecía continuar ahí. Siento que el "Yo" de esos blogs se diferencía mucho del "Yo" actual. Aquel muchacho tenía esperanzas, sueños y muchas aspiraciones. No se alarmen, el "Yo" de ahora ve las cosas diferentes, se enfoca en cosas diferentes y cree, pero sobre  todo, lleva a cabo. Así, como con este blog.

La vida ha dado un par de giros, pero en eso profundizo en otro post, este, más que nada, es para darles una bienvenida dentro de este mundo de letras, en el que espero me sean pacientes y disfruten todo lo que pueda escribir, redactar, compartir, presumir y, ¿porque diablos no? guiar.
Así que mientras escucho a Post Modern Juke Box con Haley Reinhart y su versión vintage de Black Hole Sun  les comparto esta primer entrada y un ligero cuentito para desahogarnos y entrar en confianza. Así que si tienen cerca un cafecito, una cerveza, una copa de vino o un tequilita, les digo Salud y que disfruten. Un enorme abrazo, un beso y la más calurosa bienvenida a este, su blog, Intergalactic Dominion.






ASQUELES

La porcelana debió parecer para ellos dos un inmenso desierto blanco, frío y desolado. Decidieron avanzar aún después de haber perdido el rastro de la tropa. Estaban perdidos desde un principio, ellos lo sabían, la porcelana lo sentía;  yo mismo, como un testigo inmenso, casi como un dios, lo sabía. Y ellos siguieron avanzando, el aire frío los golpeaba inmisericorde, sus pequeñas patas los traicionaron, uno cayó y el otro se detuvo a ayudarlo, levantarlo, arrastrarlo, “Déjame” parecía decir uno, “Jamás” contestaba el otro, más allá de las palabras, sólo con acciones.
Ahí estuvieron, perdidos en la porcelana blanca, hasta el amanecer del hombre, que bien podría haber sido una semana, un mes o dos mil años. Y yo, ocho horas después, los encontré a la orilla del tanque del baño, dos pequeños asqueles congelados, solos y abandonados. Lo mejor que pude hacer fue soplar, para que sus pequeños cadáveres flotaran por la inmensidad de la eternidad, descansando allá, donde el tiempo da vuelta y vuelve a comenzar.
En algún lugar, en el tiempo de los asqueles.

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